Un mecánico brasileño fue el que tras sufrir uno de los
apagones en el año 2002, tan frecuentes en Uberaba, donde vive, se le ocurrió tan
“brillante” idea.
¿El resultado? Iluminación gratuita y ecológica durante el día, especialmente útil para chabolas y construcciones precarias que apenas tienen ventanas.
En función de la intensidad del sol, la potencia de estas bombillas artesanales oscila entre los 40 y los 60 vatios. “Es una luz divina. Dios hizo el sol para todos y su luz es para todos”, señalaba Moser en declaraciones a la BBC. “No te cuesta un céntimo y es imposible electrocutarse”.
Pero este ingenioso invento no se ha quedado en su ciudad. En los dos últimos años la bombilla de los pobres ha tenido una gran expansión en todo el planeta.
Por ejemplo, la Fundación MyShelter (Mi refugio) en las islas Filipinas, ha abrazado con entusiasmo la idea. MyShelter se especializa en construcciones alternativas utilizando materiales como bambú, neumáticos o papel.
En Asia, donde un 25% de la población vive por debajo del umbral de la pobreza y la electricidad es especialmente cara, ya hay 140.000 hogares que han recurrido a este sistema.
El director ejecutivo de MyShelter, Illac Angelo Díaz, explica que las bombillas-botella se han extendido a al menos a quince países, entre ellos India, Bangladesh, Fiji o Tanzania.
“Nunca me imaginé que mi invento tendría semejante impacto”, confiesa Moser emocionado. “Se me pone la piel de gallina de pensarlo”.